Molestar es lo que cuenta

Canciones

Oct 14, 2023

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Podríamos ser canciones, nada más. Y nada menos.

Letras que coronan una música que por algo surge de la nada. Sensaciones, recuerdos, proyecciones, sentimientos. Melodías con las que dar un gran salto adelante tras haber retrocedido tímidamente; sintonías para correr, jadeando; composiciones para poder pegarle a alguien un tortazo. Nuestras pasiones las necesitan: las llaman, y al mismo tiempo, las alimentan.

Somos casi todo agua y por ahí vamos, como si no lo supiéramos, como si cuando pedimos un vaso en un bar nos apeteciera a nosotros, y no fuera la propia agua que somos la que quiere expandirse. Quizá por eso pedimos tantas Coca Colas y cervezas.

Igual pasa con la música y con su guarida, el pentagrama, esa gráfica que es más bien una geografía de sentimientos, de ilusiones, de anhelos y temores. Una magnética resonancia de lo que queremos hacer y sentir en la vida.

No sé si somos música y por eso la creamos desde un principio. Y si no hemos querido enterarnos y, si por eso, nos pasa lo que nos pasa, que son demasiadas cosas. Las palabras, sin patrón instrumental detrás, tienden a engañarnos, a despistarnos, a marearnos. A señalar a otros. A construir relatos para mantenernos unidos y separados de esos de allí, de aquellos otros. Sin ningún compás posible.

Y tras palabra y palabra, discursos, manifiestos, guerras, invasiones. Las muertes duelen aunque vivamos entre cien mil pantallas. La gente sigue muriendo aunque eso dé dinero. Las muertes duelen, duelen aquí abajo, aunque quitemos el volumen: un poco más arriba del ombligo, que es también un espejo al que pasamos mucho tiempo enganchados.

Ese dolor que sentimos aunque el ombligo nos tenga en ‘off’, aunque no podamos conectarles unos auriculares, nos exige acción. Una multitud callejera que aúlle, que transforme en animal la desazón del marasmo mundial ante la masacre, frente a la barbarie diaria.

Si de verdad somos agua, no debería haber separaciones. Si somos música, deberíamos acercarnos con bastante menos miedo. Daniel Barenboim, israelí profundamente crítico con las decisiones de su país, se ha manifestado estos días contra esta tragedia que ocurre en Gaza, en Tel Aviv, y en tantas otras ciudades. Es un gran director de orquesta. No parece una casualidad que a gente como a él le duela tanto lo que está pasando, pues además, trabaja con todo tipo de credo religioso dispuesto a componer una sinfonía.

Esta columna no es un análisis político, ni mucho menos. Para eso, hay muchas más ventanas en este infinito ventanal. A mí no me quedan palabras para entender lo que está pasando, por eso no las analizo: no lavo la ropa sucia en un charco sucio porque ya sé lo que voy a tener que tender después. Son vaqueros de los ochenta, gastados, como la infinidad de palabras que nos saltan a los ojos para que pensemos como se piensa hoy día. Para poder comprender lo que ocurre como tiene que ser entendido.

Solo queda un paradójico mutismo, un mutismo musical para que este mundo deje de ser una pesadilla, que, por desgracia, no es nunca muda. Que mañana, o algún día al menos, podamos escucharnos, y sentir, por fin, esa música que somos. Y que podamos pedir un agua, con o sin gas, como si no pasara nada.


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